Durante años la discusión fue un ring de dos esquinas: de un lado, la herencia; del otro, el ambiente. La genética venía ganando por puntos con el argumento favorito de cualquier sobremesa con certezas: si dos gemelos idénticos criados en casas distintas se parecen en el Coeficiente Intelectual (CI), entonces manda el ADN. Fin del partido. Hasta que un trabajo reciente enciende la luz donde desde hace bastante nadie miraba: la educación.
La Agencia de Noticias Científicas de la Universidad Nacional de Quilmes accedió a un estudio publicado en Acta Psychologica, y liderado por científicos de Hong Kong y de Estados Unidos. El trabajo relee todos los casos disponibles de gemelos monocigóticos criados por separado —más de ochenta pares a lo largo de un siglo— y, en lugar de licuar las biografías en un promedio, pregunta por el aula: ¿transitaron escuelas parecidas o más bien crecieron en mundos distintos? Cuando la educación se parece, el CI también. Cuando se separa, la aguja se mueve. Y no poco: la diferencia puede trepar hasta 15,1 puntos. Para dos personas con el mismo equipaje genético, quince puntos no son una anécdota; son un cambio de paisaje.
El hallazgo no niega que los genes pesen; señala que ese peso no es de hierro. Depende de la escolaridad, de su duración, de su calidad, de si la clase fue una invitación o un trámite. La escuela no es un accesorio del talento: lo enciende o lo adormece. Quien pasó por un colegio exigente y sumó más años de estudio tiende a rendir más alto que su hermano idéntico que cursó otro recorrido. Mismo ADN, distinto guion.
Cómo se hizo el estudio
Los autores analizaron cada publicación académica que informara, para cada gemelo, el CI y datos verificables de escolaridad. Con ese filtro armaron una base de 87 pares de gemelos monocigóticos criados aparte. En vez de promediar todo —el “vicio” que suele planchar diferencias—, ordenaron a las parejas según cuán parecida había sido su educación: similar, algo disímil o muy disímil. Luego compararon dos medidas dentro de cada par: la diferencia absoluta de CI y la correlación intraclase (ICC), indicador estándar para estimar cuánto pesan los factores genéticos cuando se observa semejanza entre familiares. El patrón fue consistente: educación similar, brecha pequeña; educación distinta, brecha grande. Cuando la educación fue muy disímil, la diferencia promedio alcanzó 15,1 puntos y la ICC bajó a 0,56, niveles más propios de hermanos no gemelos que de “clones” genéticos. En el extremo opuesto —escolaridad similar—, la diferencia rondó 5,8 puntos y la ICC se mantuvo en 0,87, valores cercanos a los de gemelos criados juntos.
¿Qué cambia frente a lo que se sabía? Desde 1990, el Minnesota Study of Twins Reared Apart había instalado un consenso: buena parte de la variación del CI en la población se asociaba a diferencias genéticas, apoyado en correlaciones altas entre gemelos idénticos criados en hogares distintos. Ese resultado sigue contando, pero el nuevo análisis muestra su sensibilidad a una variable que antes se licuaba: la escuela. Si la escolaridad diverge en duración, sistema o exigencia, la semejanza entre gemelos idénticos se erosiona. Es una recalibración que obliga a leer con lupa cualquier cifra “fija” de heredabilidad cuando el entorno educativo es heterogéneo
En términos científicos, la novedad es doble. Primero, la base de 87 pares con datos individuales permite pasar del promedio que aplanaba biografías a la unidad de análisis que realmente explica la variación: cada par, cada historia. Segundo, al mostrar que la correlación entre gemelos idénticos “se mueve” con la escuela, el trabajo discute el uso automático de esa correlación como sinónimo de peso genético. La métrica no es de mármol: depende del terreno que pisó cada uno en su recorrido formativo.
Qué significa fuera del laboratorio
Quince puntos de diferencia de CI entre gemelos idénticos no son un matiz estadístico: reordenan elegibilidad a becas, filtros de ingreso y expectativas de desempeño en sistemas que todavía se apoyan —explícita o implícitamente— en mediciones cognitivas. Traducido al idioma de política pública: calidad, duración y continuidad de la escolaridad impactan no solo en “aprendizajes” curriculares, también en desempeño cognitivo que durante años se leyó como si viniera dado por fábrica. La inversión en escuelas exigentes, docentes bien formados, más tiempo pedagógico y currículos robustos no es un eslogan; es una palanca mensurable sobre el desarrollo cognitivo.
Con todo, un dato final que ordena la discusión: la genética sigue en la mesa, pero no opera en el vacío. En la interacción entre naturaleza y crianza, la escuela pesa más de lo que muchos estuvieron dispuestos a admitir. Si la pregunta era “¿cuánto pesa la herencia?”, la respuesta responsable hoy sería: depende de la educación que cada uno recibió. Y ese “depende” está en manos de decisiones públicas muy concretas.



